Autor: Jaime Laventman
Por un momento, usemos nuestra imaginación. Un bólido, sin aún darle un nombre, de entre 10 y 18 kilómetros de diámetro, se impacta contra nuestro planeta. Libera unos 400 zettajulios de energía, equivalentes a 100 teratones de TNT. Esto, sería dos millones de veces más potente, que la llamada Bomba del Zar, el arma nuclear más poderosa hecha por el hombre con una potencia de 50 megatones. Comparándola, con la mayor explosión volcánica registrada por el hombre, que creó la llamada Caldera de La Garita, en Colorado, los Estados Unidos, está se calculó en 10 zettajulios de energía. Hagamos de cuenta, que este fenómeno penetró la atmósfera de la tierra a la velocidad de 20 km/segundo, o su equivalente de 72000 kms/hr, unas 10 veces más rápido que las balas de los rifles más veloces construidos por la mano del hombre. Este impacto, causaría los mayores megatsunamis en la historia del planeta. Este material producido por la explosión, saldría disparado a la atmósfera y regresaría a la misma, provocando a su paso, un fuego inextinguible en la atmósfera, incendios globales, terremotos y erupciones volcánicas en todo el globo. La sola emisión del polvo y las partículas, cubrirían la superficie de la tierra, durante una década, y terminaría con la vida como la conocemos. Y la producción de dióxido de carbono, resultaría en un efecto invernadero, como no tenemos una idea de su magnitud y consecuencias. Se taparía la luz solar, disminuiría la temperatura terrestre y quedaría anulada la fotosíntesis y toda la flora del mundo.
Resulta, que lo antes mencionado, ya ocurrió sobre la superficie de nuestro planeta. Sucedió hace aproximadamente 65 millones de años, cuando una parte de un meteoro, aterrizó en lo que ahora conocemos como la península de Yucatán, en México. El arco total de este cráter, abarca cerca de 180 kilómetros de diámetro, y el nombre del mismo es Cráter de Chicxulub, cuyo nombre en lengua maya de esa zona, significa “Pulga del diablo “. La mala noticia es que dio fin a la era de los dinosaurios y de casi todas las especies que florecían en la tierra. La buena noticia es, que de no haber sucedido esto, probablemente nosotros, los seres humanos, no estaríamos escribiendo sobre este fenómeno, y simplemente, no hubiéramos aún hecho nuestra aparición en la tierra.
Comprender y asimilar la inmensidad y complejidad del universo, no es una tarea fácil de llevar a cabo. Las leyes que la rigen, así como la casualidad en los cataclismos del mismo, han marcado la pauta de muchas estrellas, de multitud de planetas, sin dejar a la tierra fuera.
Las teorías reinantes – que pueden aún cambiar – sobre la desaparición de los dinosaurios de la tierra, tienen científicos a favor y en contra de las mismas. Lo interesante, es la importancia que han adquirido, al finalmente y de manera universal, aceptar el hecho, pronosticado como posibilidad hace años, que un meteorito u objeto sideral, se estrelló contra la superficie del planeta y diera lugar a la extinción de la vida como la imaginamos en esos años. Esta tarea, ha unido a geólogos, astrónomos, e investigadores de múltiples ramas, tratando de unificar en una sola teoría, lo acontecido.
El cráter ya mencionado, apoya y posiblemente confirma, lo que el fallecido físico Luis W. Álvarez, y su hijo el geólogo Walter Álvarez, postularon para explicar la extinción de enormes grupos de animales y de plantas, como resultado del impacto, de un bólido sobre la superficie terrestre.
Vale la pena concluir, que, en marzo de 2010, tras una más que exhaustiva revisión, 38 expertos de Europa, Estados Unidos, México, Canadá y Japón, confirmaron en un trabajo en la prestigiosa revista Science, que la extinción masiva que se produjo hacia finales del período Cretácico, hace unos 65.5 millones de años, y que dio fin al dominio de los dinosaurios sobre la tierra, fue originada por el impacto de un asteroide. Dan así fin a otras hipótesis postuladas previamente como la explosión masiva de múltiples volcanes.
Recordemos, que, en el sistema solar, entre el planeta Marte y Júpiter, circundan los restos de otro planeta, en forma de asteroides. En 2007 se sugirió que el origen probable del asteroide que creó el volcán de Chicxulub, fue originalmente producido hace 160 millones de años, precisamente en ese cinturón de asteroides, donde ocurrió una colisión y que probablemente un fragmento de la misma, es el que chocó con la tierra, en la región noreste de la península de Yucatán.
Chicxulub, sin embargo, no es el único cráter producido por un bólido, al estrellarse en la tierra, si bien, es el más grande. El cráter Silverpit, ubicado en el mar del Norte, frente a Inglaterra, o el cráter Boltysh en Ucrania, pertenecen a la misma categoría.
Si llegáramos ahora, a transportar aquel evento, como una posibilidad actual, y un peligro real para el planeta, el hombre unificaría sus esfuerzos a nivel global, para tratar de destruirlo antes de que la colisión se lleve a cabo. Tenemos libros y películas que manejan semejante posibilidad, olvidando sin embargo por un momento, que la mayor probabilidad de un holocausto terrestre, no es viable por ahora, como proveniente de un objeto sideral, sin menospreciarlo por completo.
Somos nosotros, los seres humanos, quiénes, ocultando nuestras armas nucleares, mas no de manera absoluta, representamos el mayor peligro de una posible extinción de la vida sobre el planeta como la conocemos en la actualidad. Las luchas políticas, en cada rincón del orbe, aunadas a la tecnología que es universal, y que tiene el potencial de seguir creando armas nucleares, de destrucción masiva.
Los dinosaurios reinaron sobre la superficie terrestre por varios millones de años, y jamás pusieron en peligro al planeta, cómo para acelerar su extinción. El hombre, el auto denominado homo sapiens, con su presencia apenas sutil en el planeta, es, sin embargo, el que, con mayor posibilidad, puede terminar no solo con la vida sobre el mismo, sino hacer que el mismo, desaparezca del universo. El temor a los eventos y cataclismos del universo, siempre será una preocupación latente en nosotros, pero en nada se aproxima, a la que los silos y cohetes con artefactos nucleares, puedan llegar a suceder, en un tiempo mucho menor. La reacción en cadena que se podría desencadenar, definitivamente terminaría con la presencia del hombre, provocada por el mismo, en un tiempo récord, inigualado en la furia que el universo puede mostrar.
Reconocemos, que el universo, en su endiablada dimensión, es un mar de explosiones, muertes y nacimientos, todos ellos de una potencialidad inimaginable. Ocurren, sin embargo, en él vacío silencioso, cuyos efectos no son experimentados de manera inmediata, y que probablemente poco nos afectan. El estallido de una estrella, los agujeros negros, existen y los reconocemos. Las distancias nos protegen en parte, y somos vulnerables a las explosiones del universo, sin que podamos modificarlas. Y aquellas internas, dentro de la tierra, qué si podemos controlar, nos recuerdan la fragilidad del ser humano, y como en un parpadeo, se puede desencadenar al verdadero apocalipsis.
De todos los fenómenos que pueda yo pensar, que han impactado al mundo, definitivamente, uno, o el más importante, es la formación del cráter en Chicxulub, y su repercusión sobre el planeta. Lo sabemos ahora, lo reconocemos y espero podamos entender la magnitud del evento. El hombre, es el depredador universal. Destruimos a nuestro paso, lo que otros han construido. Aprendemos poco, o nada, de los propios errores, a través de nuestro paso por la civilización.
Pobres dinosaurios. A pesar de su tamaño, de sus quijadas impresionantes y de su feroz dentadura, poco pudieron hacer frente al asteroide. Tampoco nosotros podremos defendernos de semejante cataclismo. Pero, lograremos de alguna manera sobrevivir, habitando en las profundidades de la tierra como topos, y adaptándonos a lo más profundo del océano, creando ciudades artificiales capaces de sustentar la vida. La preocupación estriba en nuestro comportamiento como habitantes del planeta, al que debemos cuidar y proteger, y no destruir. Promovemos calentamiento global, destrucción de la capa protectora de ozono, y terminamos con la fauna y flora existentes, sin remordimientos. El pequeño cerebro del homo sapiens es más poderoso, que el tonelaje de un dinosaurio. Utilizarlo en construir armas de destrucción masiva nos remonta al nivel más primitivo de la creación. El deseo de destruir, de hacer daño. ¿Qué le depara al hombre en las generaciones por venir? No lo sé. No intento especular sobre el mismo. Lo que sé, es que somos conscientes, de nuestra propia presencia en el universo. Ahora debemos aprender a respetarla, a la par del respeto que nos debemos, a cada uno de nosotros, el último eslabón en la evolución.