Autor: Jaime Laventman

 

En lo más elevado de la montaña, observaba con sus ojos cansados, la inmensidad del territorio que Dios le acababa de señalar, como el que su pueblo, ocuparía en el futuro. Los años le pesaban, y un intenso dolor en su corazón, le dejaba saber, como el propio Señor le había prohibido la entrada a esa tierra prometida. Le permitió observarla, disfrutar su aroma, mirar sus futuros y actuales viñedos y ver crecer las palmas, que darán sombra al campesino que aprovecha la fertilidad de la tierra con el regalo del alimento tan necesario para el hombre.

Moisés, representa para todo ser humano sobre la tierra, 120 años no de vida, sino de enseñanzas y circunstancias especiales. Mostró su fuerza y su debilidad en muchas de sus acciones. En sus aciertos, elevó la conducta humana a sus más elevados actos positivos, y en sus errores, les mostró a todos y a si mismo, que era humano, y como tal, lejos de ser perfecto.

Por un lado, tenemos la descripción más que amplia de su nacimiento, de su temprana vida y en un momento determinado, de decisiones, algunas obligadas por las circunstancias, que le mostraron su verdadera misión en la tierra.

En cada versículo de la Biblia, donde Moisés aparece, obtenemos alguna enseñanza, una manera de entender mejor al mundo que nos ha tocado vivir.

La verdad, como han esgrimido múltiples autores, ni es clara, ni es diáfana, ni tampoco es siempre creíble. Las historias que el ser humano ha recopilado a través de la historia, muchas veces se califican de cuentos, fábulas, pero no de palpables realidades. En ocasiones, los personajes reales y los ficticios se confunden, siendo su mensaje mucho más importante que su estirpe o su mismo origen. Entre la realidad y la fantasía, el puente de credibilidad se quiebra una y otra vez, sumergiendo al escucha o lector, en su propia incertidumbre.

Cuando su madre y su hermana, lo colocan en una cesta que flotará en el Nilo, confían que podrá ser rescatado y al hacerlo, aunque solo sea uno de muchos, afirmará la supervivencia del pueblo hebreo. De un Adán, podríamos decir venimos todos. De un solo ser, porque la vida de uno solo, es tan valiosa como la de millones de seres que habitan este planeta. El salvamento de Moisés, el que su hermana convenciera a la princesa, para ser amamantado por la propia madre, es la esencia de la lucha por la sobrevivencia del hombre y de los valores que este representa. Es un juego de poder. Llevar la contraria, al Faraón y su decreto fuera de proporción, donde quiere deshacerse de todo niño que nazca de esos hebreos. Cuando las plagas lleguen en su momento a Egipto, bajo la mano de Dios, los egipcios sufrirán el mismo castigo que ellos instituyeron, y será en ese momento cuando sus lágrimas, reconozcan la fragilidad de su albedrío, y la conveniencia o no de llevarlo a cabo, pero no de sufrirlo en carne propia.

Moisés crece como príncipe egipcio. Desconoce sus orígenes, y D-os permite, qué de esa manera pueda en el futuro, colocar en la balanza, lo que considere bueno y malo de cada cultura. Por un lado, lleva en la mano el látigo que fustiga y por el otro, la espalda descubierta, que llevará las cicatrices de su propia descendencia. Y un buen día, Moisés averigua sus orígenes, desea encontrarse con su gente y al ver la maldad caer sobre los esclavos, por primera vez los reconoce como propios, a la vez que nota, como el mismo, también representa al amo. Que difícil situación. Y, sin embargo, cuando la mano del egipcio descarga su furia y su látigo sobre el cuerpo indefenso del esclavo, surge un Moisés que ha aprendido a distinguir entre lo correcto y lo equívoco; entre el bien y el mal. Y en un arrebato de vergüenza, golpea al agresor causándole la muerte. Y su vida, cambia. Ya no es el príncipe que somete al esclavo. Ahora se ha convertido en verdugo por decisión propia, sea cual sea la circunstancia que lo obligó. Pero, en defensa de él, no fue su intención matar, sino ayudar al esclavo. Pero, es posible que Dios vea a su futuro profeta, y decidiera, que solo con este dolor y cargo de consciencia, pueda llegar a convertirse en el portavoz de un pueblo.

Huye. Y habrán de pasar 40 años, en que Moisés, se vuelve más humano, esposo y padre, y aprende a trabajar la tierra con el sudor de su propia frente. Moisés está finalmente listo, y en el monte, una zarza ardiente que no se consume, oculta la faz de Dios, y éste vuelve a comunicarse con uno de sus hijos.

De príncipe, a haber matado a un ser humano, y ahora, convertirse en hombre de valores, Dios le indica el camino para liberar a su pueblo de la esclavitud. A él, a quien el discurso no le resulta fácil, y que no acepta inicialmente la tarea. Es más, cuestiona a Dios, y este, en su paciencia, encauza a Moisés a provocar un reconocimiento, que es la primera muestra en la humanidad, de que los esclavos deben ser libres y para ello, deben de luchar para lograrlo.

Moisés regresa a Egipto, como líder, y en sus aciertos y errores, nos enseña lo que un verdadero dirigente aspira a convertirse. Sus decisiones serán juzgadas y su ejemplo, será criticado o alabado. Y un líder, debe amar a su pueblo y Moisés, tras tantos años, ha logrado asimilar esta lección. El pueblo, cree en él y Moisés sabe comportarse a la altura. Y es el propio pueblo quien obligará a su líder al ponerlo a prueba bajo diversas circunstancias.

Atraviesan el mar y llegan cerca de la tierra prometida. Pero, una lección más, Moisés sabe qué para ser libre, se debe de entender lo que significa ser esclavo, y aspirar al siguiente paso, que es la absoluta libertad. Pasarán 40 años, y una nueva generación comprenderá esta disyuntiva y estará lista para entrar a la tierra y defenderla, siempre con la veneración a Dios, quien los sacó de Egipto por la mano de su profeta Moisés.

Y un día, en lo alto del Monte Sinaí, Dios le entregará al pueblo y a la humanidad, leyes, preceptos y mandamientos, que cambiarán la manera de comportarse del humano para siempre. La libertad conlleva obligaciones, y la mano de Dios,, se nos dice, las escribe, para que Moisés las pueda entregar.

Moisés, afianzará una vez más el concepto de un solo Dios, sin ídolos que lo representen. Recriminará al pueblo por su desobediencia, y reconocerá finalmente el mismo, qué por errores que han sido discutidos y explicados por milenios, no podrá entrar a la tierra prometida.
Moisés observa desde el montículo, el lugar que Dios le prometió a su pueblo, y el profeta, de edad avanzada, presenta a Josué, como el líder que tomará su lugar.

¿He cumplido o no? – se interroga a si mismo Moisés.

¿He sido capaz de transmitir al pueblo las enseñanzas de nuestro Dios?

¿Perdurarán estas leyes a las fuerzas cambiantes del tiempo, y sobrevivirán mientras la tierra exista?

¿Seremos libres por toda la eternidad? ¿Sin ser esclavos de otros, y más importante aún, de nuestras propias flaquezas?

¿Forjaremos con letras y no con monumentos nuestro destino?

¿Recordaremos esta epopeya, año tras año, para qué en su recuerdo, el olvido no nos destruya por nuestra propia ignorancia?

Moisés, volteó una vez más, y se percató de su amado pueblo, listo por fin para enfrentar y definir su destino. La voz de Dios, ha sido grabada en palabras indelebles para toda la eternidad. Es en ellas, y no en edificaciones que se derrumbarán tarde o temprano, donde se encuentra la sabiduría, que nos ha sido entregada sin otra premisa, que la de aceptar la fuerza de su verdad, y de su sabiduría.

Moisés vio morir a sus seres queridos y supo que él estaba próximo a cumplir con ese destino, irrevocable para todo ser viviente sobre el planeta. Supo, que había cambiado la directriz del pueblo, y sospechó, sin darse honores inmerecidos, como las leyes escritas en beneficio del ser humano, iban a impactar para siempre al mundo.

Desearíamos aparecernos en ese momento frente a él, darle una palmada de apoyo en su vieja espalda y confirmarle, que sí, que ha cumplido con lo que Dios ordenó, y más importante aún, con el mismo, y sus congéneres, al haber respetado y llevado a cabo, ya con un libre albedrío, lo que un pueblo agradecido sabe y habrá de reconocer, por los tiempos aún por venir.

Desde el escritorio de la Editora

 Rosalynda Cohen

En esta quincena, la efemérides más importante es la festividad de Pesaj.

 

EDITORIAL DEL 15 DE ABRIL

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