I PARTE
Autor: Enrique Medresh
Los Sabios nos revelan que Dos creó el arrepentimiento incluso antes de crear el mundo (Génesis Rabá 1:4). Al diseñar al libre albedrío como mecanismo central de la Creación, fue evidente que los seres humanos, falibles e imperfectos, de alguna manera abusarían de éste y tomarían decisiones equivocadas. Por lo tanto, era imperante proporcionar a la humanidad una forma de corregir su comportamiento y retornar al buen camino. Sin un proceso como la teshuvá, el cual permite al individuo sanear su relación con Di_s, cuya Voluntad ha ignorado, y con aquellos a quienes ha lastimado, incluso las personas buenas se sentirían abrumadas por el peso de sus errores.
La teshuvá tiene sus raíces en la idea de que las personas pueden y deben tomar responsabilidad personal, reconocer sus errores, arrepentirse, y así empezar a reducir o erradicar su mal comportamiento. El mensaje optimista, transmitido por Di_s a Caín: “El mal se agazapa a la puerta… pero tú puedes someterlo” (Génesis 4:7), nos hace saber que podemos aprender a resistir el mal, e inclusive vencerlo, pese a que hayamos fallado muchas veces en el pasado.
La Biblia reconoce que todas las personas fallan -“No hay un solo justo en la Tierra que haga solo el bien y nunca caiga” (Eclesiastés 7.20)-. Pero, lo que Di_s desea, es que hagamos teshuvá, siempre ofreciéndonos la posibilidad de rectificar nuestros errores, ya que la esencia de la persona nunca es corrompida por sus malas decisiones: “Como Yo vivo, dice El Señor, no es mi deseo que el impío muera, sino que desande sus malos caminos y viva. Su maldad no le hará tropezar el día que se aparte de sus perversiones” (Ezequiel 33:11-12).
El hecho de que la persona siempre puede retornar y rectificarse, contrasta con la opinión de otras religiones de que el Hombre no es capaz de tomar completa responsabilidad personal por sus errores, por lo que Di_s tiene que venir a sufrir a esta Tierra para expiar los pecados pasados y futuros de la Humanidad.
Todos requerimos de la teshuvá porque todos en ocasiones cometemos errores y actos injustos. La Biblia subraya esto cuando describe para nosotros las transgresiones, e incluso los crímenes, cometidos por algunas de sus figuras más importantes: Yehudá y los hermanos de Yosef (Génesis 37:26-27); Aharón (Éxodo 32:2-5); Miriam (Números 12:1-10); Moshé (Números 20:9-12), el Rey David, y otros.
Un viejo adagio enseña: “Los grandes hombres tienen grandes defectos”. Pero la gente común también los tiene, solo que en las grandes personas éstos son más visibles. Todos cometemos actos por los cuales necesitamos arrepentirnos. Piensa en algún comportamiento incorrecto en el que recaes con frecuencia. Si no te viene nada a la mente, reflexiona si a veces lastimas a otros, incluyendo a los miembros de tu propia familia, diciéndoles cosas desagradables o injustas, especialmente cuando estás enojado; o si maltratas a personas que trabajan para ti, tal vez culpándolos por algo que no ha sido su falla o criticándolos de una manera hiriente, rara vez elogiándolos y expresando tu gratitud; recuerda las veces que has humillado a otros (una ofensa especialmente grave si se hace en presencia de los demás) o has engañado en asuntos financieros.
Si has hecho mal, no te desmoralices; la conciencia de que puedes cambiar tu comportamiento y encontrar tu camino de regreso, debe llenarte de un sentido de determinación y esperanza: “Más vale una hora de arrepentimiento y buenas obras en este mundo que toda la vida del Mundo Venidero” (Ética de los Padres 4:17). Por lo anterior, cuando nos encontramos con malvados que nos hacen sufrir, en vez de pedir al Cielo que estos mueran o sufran acordemente, más bien debemos rezar que hagan teshuvá y ya no nos lastimen ni a nosotros ni a nadie más y, por lo tanto, ya no merezcan castigo.
La teshuvá ayuda a todos, judíos y no judíos. De hecho, uno de los casos de arrepentimiento más famosos de la Biblia es el de Nínive, la antigua metrópolis asiria tan llena de maldad que Di_s envió al profeta Yoná a advertirles: “Cuarenta días más y Nínive será devastada” (Yoná 3:4). Los habitantes escuchan a Yoná e inmediatamente se embarcaron en un serio proceso de rectificación. De este modo, cuando “Di_s vio sus obras, y cómo retornaban de sus malos caminos” (3:10), Liberó a Nínive de la destrucción. Cada año, en Yom Kippur -Día de la Expiación y fecha más sagrada del calendario judío-, se recita en voz alta en la sinagoga la historia del arrepentimiento de Nínive.
El episodio de Nínive nos recuerda que nunca es demasiado tarde para arrepentirse, que la persona siempre tiene la oportunidad para comenzar su vida de nuevo, y que no está irremediablemente encadenado a un destino deshonroso. Este relato también enseña que el tema principal en el arrepentimiento es la transformación ética, más que la teológica o ritual. Como comenta el Talmud, “El versículo no dice, ‘Y Di_s vio su penitencia y su ayuno, sino… cómo retornaban de sus malos caminos’'” (Ta’anit 16a). El texto nos revela que lo más importante es que dejemos atrás nuestras fallas o mala conducta y comencemos a hacer el bien.
El profeta también enfatiza la superioridad de la transformación ética sobre la ritual. Hablando en nombre de Di_s, exclama “Cuando ayunabais y lamentabais… ¿ayunabais para mi beneficio?” Más bien, “Así ha dicho el Señor de las Huestes: Practicad la verdadera justicia, sed leales y misericordiosos unos con otros. No defraudéis a la viuda, al huérfano, al extranjero y al pobre, y no planeéis el mal unos contra otros”. Por ello, el judaísmo considera los agravios contra nuestro prójimo como ofensas contra Di_s. Es obvio: cuando robamos la manzana en el huerto del prójimo, no sólo lo hemos agraviado a él, sino también nos hemos rebelado contra Aquel que prohibió robarla. Por eso, incluso después de haber devuelto la manzana a su dueño, todavía tenemos que limpiar la cuenta con el Creador del mundo”. De igual manera, al atacar, dañar o humillar al otro, creado a Imagen y Semejanza de Di_s, atentamos contra Aquel que lo creó.
El Talmud revela la grandeza de aquellos que corrigen sus acciones, su actitud y su forma de pensar y ser: “En el lugar donde residen aquellos que viven en la auto-rectificación (ba’alei teshuvá), ni siquiera puede ser ocupado por los perfectamente justos (tzaddikim guemurim)” (Berajot 34b). Pero, ¿acaso no debería la persona que no ha pecado ser considerada superior a la que sí lo ha hecho? Esta declaración de los Sabios se basa en la comprensión profunda y compasiva de la naturaleza humana. Dice la mishná, “de acuerdo al esfuerzo es la recompensa” (Ética de los padres 5:23). Es un logro mucho mayor para un ladrón dejar de robar que para alguien que nunca ha robado, y una hazaña mayor para alguien que pierde los estribos fácilmente, abstenerse de gritar cuando está molesto, que para una persona de naturaleza apacible. Por ello, Maimónides explica: “[El mérito de un ba’al teshuvá] es superior al de una persona que nunca cometió un pecado, porque tuvo que esforzarse más en reprimir sus impulsos; por ello es “amada y deseable ante el Creador [como si nunca hubiera pecado]” (‘Leyes del arrepentimiento” 7:4).
Si te preocupa que algún mal que hayas hecho te haya alejado permanentemente de Di_s, o de que no hay forma de repararlo, recuerda la promesa de la Torá: “Cuando estés angustiado y te sobrevengan todas estas cosas en los últimos días, si retornas al Señor tu Di_s y escuchas Su voz (Voluntad) … No te desamparará ni te abatirá” (Deuteronomio 4:30-31). De tal modo, Maimónides enseña que el arrepentimiento puede efectuar una reconciliación total con Di_s: “Ayer esta persona era aborrecida frente a Di_s, desechada y repulsiva; hoy es amada, deseada, favorita y amiga” (“Leyes del arrepentimiento” 7:6).
¿Cuándo debe arrepentirse una persona? Rabí Eliezer enseñó: “Arrepiéntete un día antes de tu muerte”; sus discípulos le preguntaron: “¿Pero acaso una persona sabe qué día va a morir?” Él respondió: “Con mayor razón, debido a que no lo sabe, la persona transcurrirá toda su vida en un proceso de rectificación” (Shabat 153a).
El conocido aforismo de Hillel “Si no es ahora, ¿cuándo?” (La Ética de los Padres 1:14) se aplica especialmente a la auto-rectificación. Cuando estamos involucrados en un comportamiento inmoral al que es difícil renunciar (como la deshonestidad que nos trae beneficios económicos, una relación sexual ilícita que nos da placer), es tentador posponer el arrepentimiento una y otra vez. Pero la advertencia de Hillel nos dice que nos detengamos ahora, tan pronto como reconozcamos el mal que estamos haciendo. Después de todo, Hillel no dice: “Si no es hoy, ¿cuándo?” Él dice: “Si no es ahorita, ¿cuándo?”
Está implícito en esta enseñanza que también los ancianos deben continuar trabajando en su carácter. Si se han peleado con otros o tienen ciertas fallas, no deben pensar: “Es demasiado tarde para enmendar las cosas” o “Soy demasiado viejo para cambiar”; por el contrario, deben siempre seguir tratando de mejorar. “La persona que es demasiado mayor para cambiar probablemente siempre fue demasiado mayor para cambiar.
Rabí Israel Salanter aprendió esta lección de un zapatero a quien vio trabajando hasta altas horas de la noche a la luz de una vela parpadeante. Cuando le preguntó al hombre por qué no dejaba de trabajar y se iba a dormir, el zapatero respondió: “Mientras la vela esté encendida, es posible reparar”.
OBSTÁCULOS A LA AUTO-RECTIFICACION o DE COMO EVADIR NUESTRA RESPONSABILIDAD
a) Culpar a otros. Este es quizás el impedimento más obvio y común para el arrepentimiento; tan antiguo como la humanidad. Génesis 2.17 habla del único mandato que Di_s le da a Adam: no comer del Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal. La serpiente persuade a Javá para que coma de su fruto y ella convence a Adán para que haga lo mismo. Cuando Di_s reprende a la pareja por violar Su Voluntad, ella se defiende culpando a la serpiente, y Adam, a su vez, culpa a su compañera (Génesis 3:12-13).
No culpes a los demás por tu mal comportamiento. Igualmente, el Talmud enseña que una persona no puede exonerarse a sí misma con el argumento de que “solo estaba siguiendo órdenes” (Kiddushin 42b).
b) Racionalizar lo que hemos hecho: “No hemos traspasado la línea sutil entre la niñez y la edad adulta hasta que pasamos de la voz pasiva a la activa; es decir, hasta que dejamos de decir, ‘Se perdió’, y decimos: ‘Lo perdí.’
c) Creer que el mal que hemos hecho es bueno. Los ejemplos más obvios de tal comportamiento son los terroristas y asesinos que acaban con la vida de personas inocentes y luego afirman haber cometido un acto meritorio. Respecto a personas como estas, el profeta Isaías declaró: “Ay de los que llaman a las tinieblas luz, y a la luz tinieblas” (5:20).
d) Minimizar el impacto del mal causado. “Si has hecho un daño pequeño a tu prójimo, que a tus ojos parezca un gran daño” (Avot deRabí Natán 41:11). No debes descartar lo que has hecho como algo intrascendente; al contrario, sé honesto contigo mismo, si te hubieran tratado de la misma manera, ¿te molestaría? Si es así, entonces debes reconocer la angustia que has causado.
e) No arrepentirse de algo tan pronto como te das cuenta de ello. La primera vez que una persona normalmente honesta hace algo engañoso, se siente muy incómodo. Si se arrepiente rápidamente, es mucho menos probable que vuelva a transgredir. Pero, como enseña el Talmud, si “una persona peca, y luego repite el pecado (una o dos veces más), comienza a parecerle una acción permitida” (Kidushin 40a). “Cuando la persona se habitúa a realizar una acción injusta, para ella la maldad se vuelve casi en una necesidad, y naturalmente será casi imposible que se abstenga” (Jovot haLevavot). Así, alguien que es deshonesto no puede imaginar cómo puede ganar suficiente dinero sin hacer trampa.
f) Tener la intención de repetir la ofensa. Entre aquellos cuyo arrepentimiento es inaceptable está el que dice: “Pecaré y luego me arrepentiré”, o el que dice: “Pecaré y el día de Yom Kippur me expiará” (Maimónides, “Leyes del Arrepentimiento” 4:1). Por ejemplo, si hablas injustamente de los demás, y te arrepientes, pero no tienes la intención de dejar de hacerlo, ¿cuál es el valor de tu arrepentimiento?
El faraón bíblico personifica a un penitente insincero. Cuando las plagas continúan azotando a Egipto, él, arrepentido, llama a Moshé y Aharón y les dice: “El Señor tiene razón, y yo y mi pueblo somos los pecadores; rueguen al Señor para que ya se terminen los truenos y el granizo. Los dejaré ir; no necesitan quedarse más.” Poco tiempo después, sin embargo, “cuando Faraón vio que la lluvia, el granizo y los truenos habían cesado, se entercó y regresó a sus malos caminos… y no dejó ir a los israelitas” (Éxodo 9:27, 34-35).
g) Señalar cosas peores hechas por otros. Muchas personas tratan de evadir la responsabilidad por su propio comportamiento señalando las acciones de otros. Cierto, es posible que otros hayan hecho cosas mucho peores que las tuyas, pero eso no justifica tus acciones. Imagina cómo te sentirías si, cuando señalas las buenas acciones que has hecho, otros minimizaran su valor señalando a otros que han hecho un bien aún mayor, o si minimizaron una pérdida que sufriste, señalando a otros que sufrieron más.
h) Hipersensibilidad a la crítica. Las personas que odian ser criticadas y por ello reaccionan a la defensiva cuando esto sucede, es poco probable que se arrepientan cuando otros les señalan lo que han hecho equivocadamente. Si te hacen una crítica y esta es válida, puedes usarla para bien y mejorarte, pero, si por cortesía o por miedo a ofenderte, la persona no llama tu atención, tu conducta errónea se puede acentuar aun más. El Gaón de Vilna enseñó que uno de los objetivos por el que somos puestos en esta tierra es para aprender a corregir nuestros malos rasgos; si las críticas que te hacen son justas, te ayudan a cumplir con ello, y debes agradecerlas en vez de resentirlas. Por ello, si te enojas con aquellos que te critican, trata de verlos como lo harías con un médico. Cuando tu médico te da su diagnóstico, no pierdes los estribos; más bien, probablemente estés agradecido con él, porque al saber lo que está mal, puedes comenzar un tratamiento que mejorará el problema.
i) Orgullo excesivo. El orgullo es un obstáculo usual para el arrepentimiento, aunque raramente es así visto, y puede evitar que reconozcamos nuestros defectos o que admitamos que hemos hecho algo mal. Sin embargo, si no reconocemos lo que hemos hecho, seguiremos por el mismo camino o haremos algo peor. Por lo tanto, necesitamos cultivar la suficiente humildad para reconocer nuestras faltas y conductas indebidas. Si el orgullo nos impide decir “lo siento”, entonces nuestras relaciones se deteriorarán y nuestras pérdidas emocionales aumentarán.
j) Presión de grupo y malos compañeros. Si quieres ir en una dirección diferente a la del barco, tienes que bajarte de él. Con esto queremos decir que, si quieres cambiar un patrón de comportamiento negativo, mantente alejado de las personas que continúan participando de ese comportamiento, ya que te influirán para que tú también continúes.
k) Actos que la gente piensa que no requieren arrepentimiento, como son los malos rasgos de carácter. Entre estos están la ira, el odio y los celos (Maimónides, “Leyes del arrepentimiento” 7:3). Estos casi siempre conducen a violaciones de otras leyes fundamentales. Por ejemplo, el odio y los celos hacen imposible cumplir el mandato bíblico de “amar a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 1918), mientras que el mal genio hace que uno diga cosas hirientes. Otro rasgo malo, quizás menos obvio, es regocijarse por el sufrimiento o la humillación de otra persona (Maimónides, “Leyes del arrepentimiento” 4:4). Incluso si no expresas tus celos u odio públicamente, sino que te regocijas en privado, los sentimientos de felicidad por la desgracia de otra persona casi siempre son malos, y debemos rectificarlos. Maimónides comenta: “Una persona no debe pensar que el arrepentimiento solo es necesario por aquellos pecados que involucran hechos tales como la lascivia o el robo. Más bien, así como una persona está obligada a arrepentirse por estos, también debe arrepentirse de la ira, el odio, la envidia, la frivolidad, la búsqueda incesante del dinero, el honor, la glotonería y otros del mismo estilo” (“Leyes del arrepentimiento” 7:3).
Otro ejemplo de acciones que la gente piensa que no requieren de arrepentimiento es Sospechar de Gente Inocente. La mayoría de nosotros pensamos que mientras no expresemos nuestras sospechas públicamente, no hemos dañado a nadie, y por ello no estamos conscientes de haber violado ley alguna; sin embargo, sospechar de la gente y hablar mal de ella está igualmente prohibido (Maimónides, “Leyes del arrepentimiento” 4:4). Debemos aprender a tener cuidado antes de expresar quejas y acusaciones, incluso entre nuestros familiares y amigos cercanos.
Infracciones por las que no podemos lograr el Arrepentimiento completo, pese a nuestras buenas intenciones:
Un requisito previo para lograr la rectificación completa es deshacer cualquier daño que hayamos causado. Sin embargo, hay casos en los que no conocemos a todas las personas que han sido dañadas.
* Defraudar al público. Anteriormente, un delincuente común y corriente en esta categoría era un tendero que usaba pesos y medidas falsos. Hoy en día, defraudar al público incluye la manipulación del mercado de valores, las afirmaciones publicitarias falsas o engañosas y los taxistas que engañan a los turistas ingenuos. Dado que cualquier culpable de tales crímenes no conoce los nombres de la mayoría o de todas las personas a las que defraudó, no hay forma de que pueda compensarlas, incluso si desea arrepentirse.
Debido a que la ley judía no quería desanimar y desmoralizar a los baalei teshuvá, los Sabios sugirieron que los culpables de este tipo de acciones, deben devolver el dinero a quienes saben que engañaron, y dedicar el resto a realizar actos que beneficien al público en general, satisfaciendo necesidades comunitarias, como podría ser cavar un pozo, una zanja o un depósito de agua (Babá Metzía 8.26; Beitza 29a). En nuestros tiempos, alguien que ha defraudado al público podría donar dinero a causas como una escuela, una biblioteca o un parque, con la esperanza de que algunas de las víctimas se beneficien.
* Comprar mercancías a un ladrón. Como no se sabe a quién le robaron el artículo, incluso si uno se arrepiente de haber poseído la propiedad de otra persona, el comprador no puede devolverlo. Además, al comprarle a alguien que ha robado a otros, lo estás alentando a seguir robando y, por lo tanto, tienes cierta responsabilidad hacia sus víctimas pasadas y futuras. Incluso personas honestas a veces apoyan a los ladrones cuando, por ejemplo, compran una cinta de video pirateada (copiada ilegalmente), ya que es obvio que, si alguien en la calle está vendiendo una copia de una película estrenada recientemente por una fracción de su precio normal, se debe sospechar fuertemente que el artículo es robado y, por lo tanto, no comprarlo.
* Comprar bienes producidos por trabajadores explotados o malpagados es equivalente a comprarle a un ladrón. En el caso del trabajo infantil explotado, el empleador está, de hecho, robando la infancia de los niños. Y nuevamente, ya que no se conoce a aquellos que fueron robados, no hay manera de que pueda ayudar a deshacer el mal perpetrado contra ellos.
* No devolver a la brevedad un objeto perdido que se ha encontrado cuando sí se puede localizar al propietario. Una vez transcurrido el tiempo, incluso si se desea devolver el artículo, será casi imposible localizarlo.
* Dañar la reputación de alguien. Una persona que ha robado un objeto suele tener un recuerdo claro de lo que ha hecho, pero hablar mal de los demás se hace con tanta frecuencia que la mayoría de las personas no pueden recordar muchas de las ocasiones en que lo han hecho. Por lo tanto, la gente no se arrepiente de este pecado, porque no recuerda haberlo cometido. Además, incluso si recuerda lo que ha hecho y trata de deshacer el daño hablando con las personas a las que difundió la información o los comentarios dañinos, es probable que hayan transmitido la información a otros, y ya no podrá localizar a todas las personas que ahora tienen una impresión reducida de la persona.
* Influir sobre otros para que hagan algo malo. Rabí Menachem ha-Meiri, talmudista francés del siglo XIII, explica que “así como el arrepentimiento del ladrón es ineficaz hasta que devuelve lo que robó, así la persona es incapaz de reparar el daño que hizo mientras sus enseñanzas perversas ejercen todavía una influencia negativa. “El mejor curso de acción para alguien así, es reconocer lo que ha hecho y tratar de influenciar para el Bien a aquellos a quienes animó a actuar Mal para que ellos también se arrepientan. Si tiene éxito, su rectificación será completa. Incluso si influye para bien solo en algunos de aquellos sobre los que ejerció una influencia negativa, eso constituye una forma más alta de rectificación que si se arrepiente solo.
Continuará….