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Autor:

Enrique Medresh

 

Para mucha gente, la palabra “familia” tiene un atractivo especial, el más fuerte de los cuales es el sentimiento de amor profundo, lo que quiere decir que la familia es un lugar de amor compartido. La razón de esto es que la familia se forma con base a la pareja, y la pareja misma se cimenta (y cementa) sobre el amor entre los cónyuges. Hay personas para las cuales la conexión familiar, no sólo es la conexión más intensa que poseen, sino la única relación que realmente cuenta. Pueden cambiar fácilmente de países y nacionalidades, de afiliaciones políticas y comerciales, pero permanecen constantes y leales en sus lazos familiares.

Se reconoce universalmente que la familia es la unidad básica de la sociedad, no por ser la más pequeña, sino porque es la más estable. Cuando una unidad es estable, no afecta tanto el que ocurran divergencias dentro de ésta, ya que están contenidas dentro de su estructura, pero una vez que dicha estructura es debilitada, una fuerte pelea puede significar el fin de la relación y el desmantelamiento de la unidad. Por ello, cuando en familias sustentadas en la simulación o ficción hay desacuerdo, sus miembros ya no dicen, “estamos en desacuerdo, pero seguimos siendo una familia;” en cambio dicen, “No estamos de acuerdo, y por ello ya no podemos estar juntos.”

ARMONIA CON LA PAREJA

La armonía familiar, conocida comúnmente como Shalom Bait, es sumamente importante y altamente valorada en la Tradición Judía. Un elemento básico de esta es la armonía entre los cónyuges. Para mantenerla vigente, el Talmud hace dos declaraciones que al día de hoy nos siguen impactando: “El marido debe amar a su mujer tanto como a si mismo, y la debe honrar aun más de lo que se honra a si mismo” (Mishné Torah, Hiljot Ishut 15:19); la otra es “… cuando un hombre y una mujer tienen el mérito (de tener un hogar armonioso) la Presencia Divina Reside entre ellos…” (Sotáh 17a)

La ira incontrolada y la muerte del amor: La Biblia generalmente describe el amor romántico desde la perspectiva masculina. Se nos dice que Isaac amó a Rivká, que Yaacov amó a Rajel, que Shimshón, a pesar de arrepentirse de ello, amó a Dalila. Sin embargo, hay una sola mujer cuyo amor por un hombre es mencionado: se nos dice dos veces que Mijal, hija del rey Saúl, amó a David, el héroe del ejército de su padre (Samuel I, 18:20, 28). Mijal y David se casaron, pero su matrimonio rápidamente se agrió. Quizá el motivo principal fue que tanto Mijal como David tuvieron un encuentro en el que se hicieron daño por no haberse moderado, rehusándose a controlar el uso de una lengua afilada en un momento en que se hallaban molestos. El incidente que llevó a la destrucción de este matrimonio sucedió hace aproximadamente tres mil años, después de que David capturara Jerusalem, convirtiéndola en la capital de la nación. El día más feliz de su reinado fue cuando llevó a Jerusalem el Arca de la Alianza conteniendo las Tablas originales del Monte Sinaí, lo que celebró bailando exaltadamente ante el arca acompañado del pueblo. Mijal, hija misma de un rey y educada bajo otro modelo, observó molesta desde una ventana del palacio cómo él bailaba; quizá pensó que celebrar de esta manera junto a sus súbditos disminuía la dignidad del rey. La ira de Mijal aumentó tanto que, cuando vio a David regresando al palacio, salió a encontrarlo y lo saludó con frío sarcasmo: “¿Acaso el rey de Israel se honra a sí mismo… exhibiéndose… como un individuo vulgar se expondría a sí mismo?” (Samuel II, 6:20). Al enfrentar este insulto, David tenía varias opciones: podía responder a la esencia del ataque de Mijal, podía permanecer callado o podía alejarse y dar una vuelta alrededor del palacio. Pero en lugar de eso, hizo lo que muchos de nosotros hacemos cuando se nos ataca. Mijal lo había herido, así que él deseaba herirla también. Le respondió: “Bailé ante el Señor, quien me eligió a mí en lugar de tu padre y toda su familia”. Y dijo estas palabras poco tiempo después de que el padre de Mijal y tres de sus hermanos fueran asesinados en una batalla contra los filisteos. El siguiente versículo registra: “Así que hasta su muerte, Mijal, hija de Saúl, no tuvo hijos”.

¿Por qué se registra aquí la falta de hijos de Mijal? Tal vez después de tan hiriente intercambio de insultos —y posiblemente hubo más enfrentamientos parecidos—, Mijal y David no volvieron a tener intimidad. La enseñanza de la Torá es tan clara ahora como lo fue hace 3 mil años: si un marido y una esposa (o dos familiares o amigos) no miden sus palabras cuando se encuentran molestos, es poco probable que el amor sobreviva, sin importar cuánto se quieran mutuamente. La habilidad de controlar lo que decimos cuando estamos molestos es un prerrequisito para una relación duradera. Por supuesto que con esto no debe entenderse que una pareja no debe discutir jamás; los seres humanos tienen derecho a no estar de acuerdo y a luchar por sus ideas. De lo que no tienen derecho es de actuar como sucedió en el relato anterior. Mijal no confrontó a David con un argumento convincente o justo, sino que lo insultó, tachándolo de “vulgar”. Y David fue injusto al utilizar sus conocimientos de uno de los más dolorosos eventos en la vida de Mijal para argumentar su defensa.

Arrojar insultos, expresar ira excesiva e injusta, y recordar eventos dolorosos del pasado, permanecen como algunos de los tipos más comunes de crueldad que se dan entre las parejas que discuten. Cuando sientas ganas de agredir a tu cónyuge o recordar un penoso episodio de su pasado, recuerda lo que sucedió a Mijal y David. Una relación que comienza con amor y anhelo puede terminar en desprecio y soledad. Si no aprendes a controlar tu lengua y pelear dignamente puedes perder a la persona que más amas.

Cuando te enojas con tu cónyuge: pon las cosas en perspectiva: Las parejas casadas, aun aquellas profundamente enamoradas, a menudo se irritan mutuamente, y con demasiada frecuencia los problemas menores que deberían provocar no más que una ligera molestia, son causa de intensos arrebatos durante los cuales se hacen comentarios fuera de lugar. En muchas otras ocasiones, cuando uno de los cónyuges enfrenta alguna queja o dolor, el otro responde en forma injusta o inadecuada. Incluso, hay momentos en los que cualquier cosa que nuestro cónyuge hace nos altera sobremanera. Mientras estamos de humor mezquino (que para algunas personas, puede durar días o meses), podemos llegar a exagerar los defectos de nuestro cónyuge, y minimizar, o ignorar, sus buenas cualidades.

Hace unos años un avión de Swissair se estrelló en el Océano Atlántico, provocando la muerte de sus más de doscientos pasajeros. Tiempo después se reveló que los pasajeros, unos seis minutos antes de que el avión cayera, se enteraron de que éste se estrellaría. Nos podemos preguntar lo que las parejas en el avión pudieron haberse dicho durante esos seis últimos terribles minutos. De algo podemos estar seguros: “Nadie dijo: ‘No soporto la forma en que siempre dejas tu ropa en el piso’, o ‘Detesto la forma en la que siempre malgastas el dinero’”. El avión debió estar lleno de personas que hacían declaraciones de amor eterno, de parejas que se expresaban mutuamente la esperanza de volver a unirse en el cielo o en la tierra, y de quienes pedían perdón por traiciones y palabras crueles que habían dicho. Esos últimos momentos, aun cuando fueron de terror (Di_s quiera que nadie vuelva a sufrir algo parecido), debieron ser también de mucha belleza. ¿No deberíamos pensar en esto la próxima vez que estemos a punto de “estallar” en contra de nuestro cónyuge por no sacar la basura?

No insultes ni contestes de forma golpeada: Por lo general entendemos que las personas deben actuar de manera más amable con aquellos más cercanos a ellas, y que deberían limitar su rudeza, su mal humor y su impaciencia a los extraños. Sin embargo, el mundo real no funciona así. Pese a que la Torá nos enseña que al projimo lo debemos amar como a nosotros mismos, y respecto a la esposa nos indica a honrarla más que a nosotros mismos, las personas son, con frecuencia, más crueles con sus parejas, allegados o incluso sus familiares, que con los extraños. Lo justifican diciendo que aquellos que están cercanos, son los únicos en quienes confían lo suficiente como para mostrar su lado oscuro. De hecho, muchas personas extremadamente cordiales y atentos con los extraños y los amigos sienten poco remordimiento por hablar de forma golpeada a su cónyuge y a sus hijos.

La Torá nos hace saber que el Patriarca Yaacov amaba profundamente a su esposa Rajel (la única de las cuatro a quien la Biblia nos dice que Yaakov amaba), era también la única de las esposas que no podía tener hijos. Con gran dolor por esta carencia, y sabiendo que su esposo era un hombre santo que vivía una conexión especial con Di_s, Rajel lo confrontó, quejándose “¡Dame hijos, o moriré!” (Génesis 30:1). Él no la tomó en sus brazos ni le dijo cuánto la amaba, tuviera o no hijos con ella. En lugar de eso, él contestó iracundo con palabras que sólo intensificaron este dolor: “¿Acaso estoy yo en el lugar de Di_s, que te ha negado el fruto de tu vientre?” (Génesis 30:2). ¡Qué palabras tan duras! Quizá él, frustrado por la infertilidad de su esposa, se molestó por sus palabras que implicaban que estaba en su poder “darle” un hijo. Quizá sólo encontró ofensivo el hecho de que ella pensara que su propia vida no valía la pena si no tenía hijos. Lo que sea que haya pensado, las palabras de Rajel, obviamente causadas por el dolor, merecían una respuesta más amable. Un midrash comenta sobre esto: “¿Es así como alguien responde al sufrimiento de otra persona?” (Bereishit Rabá 71:7). Tal vez este comentario alude a otro encuentro entre una mujer sin hijos y su esposo, el cual concluye de una manera más gentil. Elkaná, viendo que su infértil esposa se hunde en la depresión, le dice: “Hanna, ¿por qué lloras? ¿Por qué no comes, y por qué te sientes mal? ¿Acaso no soy yo mejor para ti que diez hijos?” (Samuel I 1:8)

En ocasiones es difícil responder a la angustia de tu cónyuge con simpatía; quizá pienses que está exagerando un poco su dolor, que se ha quejado por mucho tiempo al respecto, o que no hay nada que puedas hacer para aliviar su pena y, por lo tanto, prefieras cambiar el tema y hablar de algo más. Pero sin importar lo que hagas, trata de refrenarte de decir palabras de enojo o que puedan herir. Claro que en ocasiones lograr este control es muy difícil; los seres humanos que viven juntos en íntima proximidad pueden molestarse y en algunos momentos convertirse en antagonistas, pero el mundo siempre está necesitado de mayor amabilidad. ¿Quién puede merecerla más que el esposo o esposa que ha decidido compartir su vida contigo?

Hay maneras apropiadas para mostrar desacuerdo. Toda vez que la discusión de la pareja se lleve a cabo dentro de estos parámetros, el matrimonio sigue siendo saludable, incluso, en ocasiones, las parejas pueden crecer gracias a esas discusiones. Sin embargo, hay toda una serie de conductas que se salen del ámbito de lo que es una relación “normal”, para convertirse en lo que puede considerarse una relación “de abuso”. Y cada uno de los cónyuges debe estar atento a nunca atormentar a su pareja -la persona que en teoría más aman y a quien escogieron como compañero de vida-, ni caer en conductas abusivas, las cuales están terminantemente prohibidas por la Ley y la ética judía.

Respecto a las situaciones donde hay abuso entre los cónyuges, podemos decir que el Judaísmo por lo regular no aprueba de la disolución de un matrimonio, especialmente cuando hay razones para creer que la paz y la concordia pueden regresar a éste. Sin embargo, una excepción a esta posición conciliadora ocurre cuando realmente la integridad mental o física de uno de los cónyuges está en peligro. La misma Torá ordena: “Deberán cuidar y preservar mucho sus vidas” (Deuteronomio 4:15), lo cual, según entienden las fuentes judías, es una prohibición de que las personas prolonguen una situación que conlleve un peligro implícito.

Las obligaciones de los miembros de la familia: Mucho se habla hoy en día sobre “valores familiares”, pero, ¿a qué nos referimos con ello? Simplemente son aquellos acuerdos muy básicos que gobiernan el comportamiento personal e interpersonal entre los miembros de la familia. Este elemento esencial de las relaciones familiares existe no sólo entre esposos, sino también entre padres e hijos, y entre hermanos. Lo que los transforma en una familia no es el hecho de que se aman, o de que esos padres engendraron estos hijos en particular, sino que ellos entienden y mantienen sus obligaciones hacia el otro.

Usualmente es aceptado que la familia es la unidad básica de la sociedad. no por ser la más pequeña, sino porque es la más estable. Una relación bien definida existe entre los miembros de una familia, la cual marca sus obligaciones hacia los otros, y es esta obligación mutua la que forma la familia y le da estabilidad. Puede sonar como una definición muy técnica, muy fría, remota y legalista de familia, pero es realista y precisa, y esta obligación mutua forma la base estable de la familia. Cuando no hay obligaciones, puede haber un amorío, pero no una familia

La ketubá, un documento cuyo formato tiene dos mil años de antigüedad, es el contrato nupcial que los novios presentan a sus novias en las bodas judías. Como documento legal, detalla las obligaciones de los cónyuges a sus parejas, así como las responsabilidades financieras del marido en caso de que él fallezca o el matrimonio termine en divorcio. Así, correspondiendo con Éxodo 21:10, en el momento del matrimonio, el hombre se compromete legalmente a hacer todo esfuerzo para proveer a su esposa (y a la futura familia que este matrimonio genere) con tales necesidades económicas básicas como lo son vivienda, comida y vestimenta. La siguiente cláusula de la ketubá: “y viviré contigo como marido y mujer, de acuerdo con la práctica universal”, lo obliga a tener intimidad con ella. El novio también promete: “Te querré, honraré, apoyaré y mantendré de acuerdo con la costumbre de los maridos judíos que quieren, honran, apoyan y mantienen a sus esposas fielmente”. Por tanto, un hombre que se burla de su esposa o que la humilla (particularmente en presencia de otros), o que la trata sin respeto ni aprecio, no sólo está actuando de manera cruel, prohibida por la Torá, sino que está violando una obligación impuesta por un contrato que aceptó al momento de casarse. Por el otro lado, la novia queda igualmente comprometida a honrar de manera suprema a su futuro esposo, aceptar su autoridad y respetar sus deseos (Maimónides, Hiljot Ishut 15:19-20). En caso de que ella trabaje y/o perciba entradas de dinero, también está obligada, si es que el esposo así lo solicita, a ayudar a cargar con las necesidades del hogar.

El matrimonio también debe ser divertido: Comúnmente se cree que las personas religiosas son muy solemnes, ya que están demasiado preocupadas (y ocupadas) cumpliendo con sus obligaciones. Pero una mirada a la Torá nos recuerda que el disfrute y la diversión son considerados por la Biblia como partes inherentes e importantes de la relación marital. Consideremos el lenguaje que se utiliza en la Torá para describir la relación de Isaac y Rebeca: Yitzjak metzajec et Rivká ishtó. Esto puede traducirse como: “Isaac estaba haciendo que su esposa Rebeca, riera”; (Génesis 26:8). Coincidiendo con el tema de que el matrimonio debe ser gozoso, la Torá señala que una de las circunstancias que exime al hombre de servir en la milicia es: “Cuando (recién) se ha casado, no irá con el ejército ni será asignado por éste a ningún propósito; será eximido durante un año por el bien de su hogar, para dar felicidad a la mujer que tomó como esposa” (Deuteronomio 24:5). Nada de esto es sólo sentido común o pensamiento de la Nueva Era; son descripciones que han sido extraídas directamente de la Torá. Los cónyuges a menudo se hallan abrumados por la carga de cuidar hijos, revisar las finanzas, y sufren una falta general de sueño y de tiempo. Aun así, deben asegurarse de darse tiempo para disfrutar, no sólo con sus hijos, sino también con la pareja. Las demás presiones continuarán, pero cuando un matrimonio también es alegre y divertido, como el de Isaac y Rebeca, todo, de alguna manera, habrá valido la pena.

Desde el escritorio de la Editora

 Rosalynda Cohen

En la presente edición celebramos dos efemérides interrelacionadas entre sí. En ambas los protagonistas son mujeres

 

 

EDITORIAL DEL 1 DE MARZO

 

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