Autor: Esther Shabot*
El día 14 de mayo próximo estaba señalado como fecha para la celebración de elecciones generales en Turquía, comicios a partir de los cuales el presidente Recep Tayyip Erdogan pretendería ratificar su mantenimiento como líder máximo del país, no obstante llevar ya 21 años en el cargo. Con los devastadores terremotos que hace casi dos semanas asolaron parte de su territorio y cuyas víctimas mortales se cuentan por decenas de miles, crece la incertidumbre acerca de si los comicios se podrán efectuar como estaban programados o se tendrá que posponerlos. De lo que hay más certeza es de que esta catástrofe indudablemente constituye un durísimo golpe a la pretensión del Erdogan y su partido, el AKP, de mantener en sus manos el enorme poder que han concentrado a lo largo de los años, un poder de tal magnitud que Turquía ha dejado de funcionar como una democracia aceptable, para ser calificada ya como democracia iliberal en la que las decisiones tiránicas y los descarados abusos del ejecutivo, apoyado por su bancada, son prácticamente cotidianos.
El hecho de que Erdogan haya ascendido al poder en 2002, gracias a que el anterior gobierno había perdido todo prestigio por su ineficiente desempeño para afrontar las consecuencias de un gran terremoto en 1999 que dejó 17 mil muertos, hace que la gran posibilidad de que ahora sea él quien pierda el poder por una razón semejante pueda describirse como una cruel broma de la historia. Y no sólo eso, aún antes de la tragedia, la economía turca daba tumbos, sin poder recuperarse, augurando que el sueño de Erdogan de recuperar las glorias del Imperio Otomano bajo su égida sería difícilmente alcanzable. Con los sismos recientes, tal sueño ha recibido sin duda la puntilla.
¿Qué fallas imperdonables manifestó el gobierno ante la catástrofe? En primer lugar, fue evidente que, a pesar de saberse que la zona es altamente sísmica, no existía preparación adecuada, no había un plan maestro para encarar una emergencia de tal calibre. Durante las primeras 24 horas destacó la inacción de la autoridad encargada del manejo de desastres, tiempo en el que la ayuda sólo llegó de parte de organizaciones sociales y autoridades municipales pertenecientes a la oposición.
En segundo lugar, ha sido cada vez más patente que la construcción masiva de vivienda emprendida por el régimen de Erdogan para satisfacer la demanda a buen precio –cuestión esencial para mantener su popularidad– se dio a expensas de prácticas corruptas que permitieron una especie de amnistía a los desarrolladores inmobiliarios respecto a las normas de construcción a prueba de terremotos. De esa manera, se hipotecó la vida y seguridad futura de la población, en el marco de una relación clientelar cuya ecuación fue viviendas: a cambio de votos. En estos momentos las acusaciones y aprehensiones de contratistas de la construcción está cumpliendo la función de eximir a las autoridades de su responsabilidad.
Por otra parte, es evidente que el control férreo de los medios de comunicación ejercido por el régimen, lo mismo que su talante represivo mostrado en especial en los últimos años, le permitirá silenciar la crítica, pero eso sólo hasta cierto punto. La magnitud de las pérdidas y el desafío de la reconstrucción harán imposible una exoneración total de quienes en buena medida contribuyeron a la tragedia a causa de su negligencia, ambición desmedida, irresponsabilidad y corrupción.
El principal partido de oposición, el CHP, que tuvo triunfos electorales en las ciudades clave de Estambul y Ankara en las elecciones municipales de 2019, tiene ahora la oportunidad de elevar su posición ante el electorado de cara al derrumbe de la imagen de Erdogan y de su partido. A lo largo de las dos últimas décadas el régimen fue extremadamente hábil para echar mano de múltiples artimañas populistas mediante las cuales eliminó poco a poco las instituciones y los pesos y contrapesos necesarios para salvaguardar una democracia funcional.
De ahí la consideración de que, al igual que en Hungría, Polonia y Rusia, la democracia en Turquía se asocie con el calificativo de iliberal. Una condición que por cierto, amplía las posibilidades de que quien detenta el poder, pueda perpetuarse indefinidamente en él. Sólo que en el caso turco, los terremotos recientes pueden quizá ser también, el detonante de otro gran sismo, éste político, capaz de destronar a quienes parecían imbatibles.
* Editorialista del Periódico Excélsior