Autor: Esther Shabot*
Películas, obras de teatro y piezas de literatura o periodismo pueden aparecer en momentos en que pasan desapercibidas por no concernir a la atmósfera social y política del momento, aunque en otras ocasiones, esos mismos productos tienen el tino o la fortuna de salir a la luz en tiempos en los que su factura o sus mensajes resultan relevantes, al grado de permitirnos ver con mayor claridad aspectos de la realidad actual en ciertos ámbitos específicos.
Esto último está pasando con la película Golda, recientemente estrenada en nuestro país y en muchas salas alrededor del mundo. Dirigida por el cineasta israelí Guy Nattiv y protagonizada por la aclamada Helen Mirren interpretando magistralmente a Golda Meir, su exhibición no podía ser más oportuna. No sólo porque dentro de cuatro semanas se cumplen 50 años de la llamada Guerra de Yom Kipur, en la que ejércitos egipcios y sirios atacaron y pusieron en jaque a Israel siendo entonces Golda la Primera Ministra de éste, sino porque la trama dentro del film permite contrastar la realidad política y cultural israelí de aquellos primeros años de la década de los setenta, con la que se desenvuelve en la actual coyuntura que vive Israel.
Muchos aspectos de la película podrían analizarse. Desde los puramente cinematográficos y formales, hasta los referentes a la elección de qué facetas específicas de la personalidad de Golda se eligió presentar. Sin embargo, con relación a los mensajes que pueden servir como punto de referencia para comparar con lo que ocurre hoy en Israel, pienso que destacan dos. El primero, la centralidad en la vida nacional en aquellos tiempos de un personaje femenino en su calidad de máxima dirigente de su país. De hecho, se trata de la tercera mujer en el mundo del siglo XX que consiguió estar en un puesto de ese nivel, lo cual revela que en aquel entonces, aún cuando los avances feministas y las políticas de igualdad de género estaban en pañales, Israel fue un país en el que el dominio del patriarcado no fue lo suficientemente poderoso como para impedirle ser la máxima lideresa de su nación.
La película es, en ese sentido, una referencia para la parte de la sociedad israelí, que en la actualidad se manifiesta multitudinariamente semana tras semana contra los designios de su actual gobierno, no sólo empeñado en acabar con los contrapesos que garantizan el funcionamiento de cualquier democracia, sino también carente del más mínimo interés en estimular y respetar a la mitad de su población, las mujeres, las cuales dentro de la actual coalición gobernante de perfil ultranacionalista y ultra-religioso, están casi desaparecidas. Además, en las últimas semanas se han registrado actos segregacionistas y discriminatorios en los espacios públicos contra ellas, así como iniciativas para erosionar las posibilidades de defensa de los intereses femeninos dentro de los tribunales rabínicos que, por cierto, están recibiendo cada vez más atribuciones judiciales.
Es así como en ese contexto, la figura de Golda exaltada en la película de Nattiv, con sus luces y sombras, constituye un poderoso referente para el movimiento de protesta en Israel. Permite recordar cómo eran las cosas antes, para en consecuencia, no aceptar de ninguna manera la involución de relegar a las mujeres, sacarlas del espacio público y convertirlas en objetos manipulables y al gusto del patriarcado tradicional.
El segundo aspecto que el film exalta es sin duda el perfil de los valores personales que Golda proyecta en su vida cotidiana, aún en el contexto de una guerra que fue uno de los episodios más trágicos y dolorosos en la vida de Israel. Nattiv no inventa ni exagera al respecto. Golda fue modesta y austera. Nunca se dejó seducir por las mieles del poder para obtener beneficios personales. En su cocina recibió a Kissinger, y lavando platos le dio su entrevista a Oriana Fallaci por aquellos años. Vivió en un departamento sencillo y jamás sucumbió al escandaloso boato que hoy corrompe al máximo liderazgo de Israel —el premier Netanyahu está sometido a un juicio aún en curso— y fue cuidadosa en extremo en el uso de recursos públicos para apoyar sus misiones y trabajos.
Rodeada de generales y ministros hombres, supo controlar las riendas del poder firmemente en sus manos. Y, aunque continúa el debate acerca de la responsabilidad dentro de la cúpula político-militar de entonces acerca de la falta de previsión israelí ante la ofensiva árabe de octubre de 1973, Golda merece un lugar especial en la historia del país, por lo que fue y por lo que aún puede contribuir su figura como referente para las batallas que se están librando en Israel a fin de salvar sus valores democráticos.
* Editorialista del Periódico Excélsior