Autor: Tanny Levy- Arakindji

 

“Decidí dedicar mi vida a contar la historia porque sentí que habiendo sobrevivido le debo algo a los muertos

y cualquiera que no recuerde, los traiciona nuevamente”: Ellie Wiezel (1988)

 

Las palabras importan, los mensajes llegan a las personas y éstas los acogen de manera inexplicable. Mensajes impregnados de estigmatización, racismo, odio y mentiras que causan un daño irreparable a la humanidad.

Mi proyecto de marchar por el recuerdo, como dice el slogan de La Marcha 2023 -por la memoria del recuerdo, de lo ocurrido durante el Holocausto- comenzó desde mi infancia, en la escuela que me enseñó este triste episodio de la historia y concluyó el día que decidí realizar La Marcha de la Vida en 2017. Debido a la pandemia, lo pude concretar hasta 2023: marcharía por mí, por los míos y, sobre todo, por la humanidad. En ese momento pensaba que mi misión era que nunca se olvidase, hoy, tristemente no estoy tan segura de ello y por eso marcho, para que el mundo no olvide lo sucedido. Quiero poner mi granito de arena para que el recuerdo, el conocimiento de lo acontecido, ayude a que nunca se repitan estas atrocidades.

Qué ser humano nacido en este mundo tiene el derecho de decidir quién debe habitarla y cómo pensar?

Hoy caminé por la historia, o por lo que un día será historia. Nadie me lo contó, no lo leí únicamente en un libro; no solamente escuché testimonios de sobrevivientes de Justos entre las Naciones y de hijos y nietos de ellos; no lo vi en una serie, documental o película en Netflix. Lo vi, no lo viví, nadie podrá vivir y sufrir lo que padecieron. Por mucho que nos duela, no alcanzamos a dimensionar el sufrimiento, el hambre, el frío, la humillación y la incertidumbre de no saber, o sí, qué pasó con un hijo, padre, madre, hermano, amigo.

Cuántas historias, cuántos relatos de sobrevivientes, de sus hijos o de sus nietos, o de hijos de comandantes de las SS que no pueden aceptar lo que hicieron sus padres. Existen millones de relatos, – la mayoría no los conocemos porque son millones los que se llevaron sus secretos,- dolorosos e indignos, a la tumba, porque no tuvieron la oportunidad de contarlos o se negaron a ello por amor, para no torturar a los suyos, o simplemente por pudor ó por dignidad.

Hoy vemos una Varsovia reconstruida, pero las vidas de millones de seres inocentes fueron cercenadas.

Los seres humanos nacemos y vivimos con el bien pero también con el mal, y marchar significa hacer consciente la existencia del mal. Cuando me preguntan para qué ir a sufrir, pienso en lo difícil y perturbador que resulta enfrentar esta triste verdad.

Marchamos por los que ahí perdieron la vida de la manera más brutal e indigna, marchamos por los que sobrevivieron y con gran resiliencia formaron una familia, marchamos por concientizar a todos los que habitamos este planeta de que esto no puede volver a ocurrir. Que el nunca más significa nunca más.

Lo que más me ha cimbrado desde el inicio de mi preparación hasta llegar a Polonia, ha sido el tener que reconocer hasta dónde puede llegar la maldad humana. Rebasaron todos los límites jamás pensados, truncaron los sueños y el derecho a existir a niños, mujeres, hombres, ancianos. La pregunta no tiene respuesta, ¿Cómo pasó esto?.

Es inexplicable que en una sociedad tan desarrollada como la alemana, avanzada en arte, ciencia y cultura sucediera esto, que los “doctores” armaran la llamada solución final. Los historiadores, filósofos y psicólogos no logramos poner un nombre a este terrorífico y oscuro episodio de la historia. Una mancha para la humanidad. Marchamos para traer el pasado al presente y tener muy presente el derecho de todo ser humano a vivir en paz.

Pero La Marcha no culmina en Polonia, la marcha continua en el Estado de Israel, desde el triste día de Yom Hazicarón que recuerda a todos y cada uno de los soldados que perdieron la vida en la lucha por ganar este espacio en el planeta para los judíos. Muchos sobrevivientes del Holocausto perdieron la vida que habían conservado, luchando por un Estado. Gracias a ellos los judíos de la diáspora podemos vivir en paz, sabiendo que Eretz Israel ahora existe, gracias a la valentía de su ejército y de su pueblo.

La Marcha concluye el día de Yom Haatzmaut, un día de regocijo y alegría, marchamos hacia el Kotel Hamarabí, entre cantos, bailes y sonidos del Shofar; cantamos el Hatikva y podemos, por fin, celebrar la vida.

Y la marcha y la vida continúan…

*Psicoanalista

 

 

 

 

Desde el escritorio de la Editora

 Rosalynda Cohen

En la presente edición celebramos dos festividades judaicas importantes:

 

EDITORIAL DEL 15 DE MAYO

 

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